La pintura y yo, una larga historia
Tendría ocho o nueve años cuando noté que tenía facilidad para dibujar, y que me encantaba hacerlo. Dibujando y pintando en los momentos libres fui pasando mis años de colegio. Tomé clases de litografía en un taller del Museo Alvares Penteado, en San Pablo, Brasil, donde pasaba mis vacaciones pues mi familia materna es brasileña. Recuerdo mi felicidad por poder estar entre artistas trabajando en ese largo proceso que es grabado en piedra. A los 18 años, en Buenos Aires, entré en el taller de Vicente Puig, finísimo dibujante. Durante muchos años, estuve en el taller de Pablo Edelstein quien me enseñó mucho pues era escultor, y como tal muy buen dibujante, y un hombre muy culto. Allí, además de los ejercicios en carbonilla y acuarela con modelo vivo, hice algo de modelado en arcilla. Para aprender la técnica del óleo concurrí dos veces por semana durante tres años al taller de Miguel Dávila. Pasé también por el taller de Estela Pereda, artista y amiga. Más adelante, a mi vez, tuve alumnos en mi propio taller.
Capítulo aparte fueron para mi las reuniones de los jueves en casa de Fermín Fevre. Allí Fermín guiaba a un grupo de artistas plásticos que nos juntábamos en la reflexión sobre arte y nos acercaba a textos de filosofía, muchos sobre estética pero no exclusivamente. Yo conocía, había leído con interés y disfrute, a Platón, Aristóteles, San Agustín, Séneca, y a José Ortega y Gasset. Fermín me dio la llave para acercarme a otros filósofos. El ser humano se interroga sobre la existencia y su sentido. Estas lecturas ayudaban a ampliar las preguntas, profundizar el tema.
Hay un pensamiento artístico, un sentir artístico, que no pasa sólo por la inteligencia sino que abarca la totalidad del ser a partir de lo sensible.
El arte de todas las épocas nos lo demuestra. Hay una necesidad artística en el ser humano. ¿Qué sería de un mundo sin música, sin literatura, sin artes plásticas? La interpretación de la vida que hace un artista es una comunicación potente. Un retrato realizado por Rembrandt, una obra de teatro de Shakespeare, un poema de Borges, una sinfonía de Beethoven, dan a la realidad otra dimensión.
De mi obra: ¿qué puedo decir? Desarrollarla ha sido algo central en mi vida. Soy muy cuidadosa con mi tiempo para poder dedicarle el espacio necesario, he tenido la suerte de poder hacerlo. Creo que mis óleos, acuarelas y collages están entre la figuración y la abstracción. Mi tema es, ante todo, el paisaje del área del Lácar, en Neuquén. En ese lugar de cerros, bosques naturales, el río y el lago, hicimos nuestro hogar. Los cambios casi cotidianos en este paisaje son tan notables que se diría no es uno sino una variedad de paisajes. Los tantos azules, grises y negros en los lagos; los verdes, amarillos, naranjas y rojos en los bosques; los blancos de la nieve y de los frutales en flor; los tonos violetas a lo lejos o al borde del lago en los lupinos, las sombras y la luz o contraluces, así de variada es esta generosa naturaleza que me ha rodeado. ¡Y el asombro ante lo prístino e inmenso de estos espacios! Siento necesidad de compartir esto que se me ofrece, todo lo que de esto recibo. Tanta belleza y fuerza de la Creación no se puede expresar simplemente con una imagen. Se necesita algo más. Si lo logro, si lo voy logrando, mi obra tiene sentido.